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Lo llamábamos el infierno.

Ya no teníamos edad para bajar allí pero en la calle hacía frío y los bares eran aburridos. Era un garaje bastante tenebroso, muy sucio, el temporizador de la luz duraba apenas cuatro pasos, lo que tardábamos dos en escondernos del otro.

A veces nos tomábamos un descanso, y entonces J. accionaba con la llave el ascensor de la vivienda para que bajara al nivel del garaje y al menos tuviéramos un filo de luz en medio de las tinieblas.

El filo de luz que salía de la puerta le daba un aspecto aún más fantasmagórico al lugar. Era un marco rectangular, amarillento, allí donde apenas llegaba su radio se perfilaban las carrocerías de los coches y las vigas peladas, o la silueta de una Bultaco polvorienta que en cierta ocasión intentamos arrancar sin éxito.

Bajábamos ya por costumbre, en medio de la noche, cuando todos los residentes habían aparcado sus coches y nadie pudiera molestarnos allí. Hablábamos en susurros junto al filo de luz, mientras fumábamos un cigarrillo o establecíamos turnos para escondernos. Hablábamos en susurros, no sé muy bien por qué, pero una noche nos dio por alzar la voz. Estaríamos discutiendo por alguna chorrada junto al filo de luz, no lo recuerdo muy bien, pero en cierto momento nos callamos los tres a la vez y nos miramos estupefactos. Algo estaba pasando. Yo sentí un rumor eléctrico por la espalda, como si alguien me hubiera lanzado un cubo de agua. Cuando miré a los otros dos el estremecimiento se multiplicó, a ellos les estaba pasando lo mismo, algo nos estaba echando de allí, en tres segundos el infierno se convirtió en un lugar hostil que nos obligaba a marcharnos.

Sin decir nada tomamos el ascensor y salimos al frío de la calle, con el rostro desencajado. Lo realmente curioso no era la sugestión, sino que esta hubiera obrado con los tres al mismo tiempo, transmitiéndonos las mismas sensaciones.

Lo teníamos bien claro, a ese algo no le hacía gracia que estuviéramos en el infierno, había decidido expulsarnos de allí. Estuvimos un buen rato deambulando por San Martín, intentando darle una explicación coherente al asunto, hasta que por fin decidimos marcharnos a casa en medio de la niebla, completamente acojonados.

J., que tenía vocación de líder y mucho afán de protagonismo, comentó a la tarde siguiente que se había llevado a la presencia consigo, después de despedirse de mí junto a la entrada del Puente Mayor, y que había estado toda la noche observándolo mientras dormía, al fin y al cabo era su garaje, y aquella idea nos tranquilizó bastante al señor venom y a mí.

 A pesar de todo no volvimos a bajar al infierno, por no molestar a ese algo que nos había expulsado de allí durante aquella noche….

 

2 comentarios

rictus -

lo dice porque a usted se le cayó encima una vez, ¿no? jojojojo

VEN0M -

No recordaba el porqué dejamos de bajar, menuda chorrada ahora que lo pienso. Lo que si recuerdo es a la Bultaco, dios lo que pesaba