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Los movimientos anarquistas siempre me interesaron, quizás por pensar inocentemente que en algún momento de nuestra historia hubiera sido posible aniquilar por completo a la burguesía. Pero ha sido la propia historia quien ha terminado convirtiendo al anarquismo en una leyenda, en un ideal inalcanzable, cuando no en un apestado movimiento marginado por su violencia, a veces olvidado, otras rescatado por jóvenes inconformistas que terminan por olvidarlo en la laxitud de nuestro estado del bienestar.

Qué penita mora, ¿no?

Lo cierto es que si el anarquismo hubiera dado sus frutos ( sangre, sudor, lágrimas para lograr la igualdad de clases), no tendríamos que soportar a la democracia, esa fórmula repugnante en la que el individuo nace, crece, consume y se reproduce bajo un concepto de libertad controlado por la cantidad de billetes que acumule en su bolsillo.

Cuando me cago en los muertos de la democracia el personal me mira estupefacto, aunque ya he aprendido a morderme la lengua no lo puedo evitar, uno lo lleva dentro y lo suelta sin más.

La gente te mira como si fueras la reencarnación del mismísimo Mussolini, su estrechez mental les conduce irremediablemente a anteponer el estado dictatorial frente al democrático, y entonces, si hay ganas, después de observar que acabas de meter la pata y de certificar la subestimación que ya tenías por tu auditorio, intentas justificarte y te extiendes en el concepto de la anestesia, citas Apocalípticos e Integrados de Eco, y entonces enredas más la madeja hasta que decides cerrar el pico. Esto lo hacía antes, la edad me ha enseñado a callar más que a hablar, pero bueno, todo este mamotreto viene a cuento de Salvador.

Saqué la película ayer de la biblioteca, animado por los ecos del anarquista que un día fui, y me encuentro con una película más, un truño revisionista que pasa de largo sobre el anarquismo y se centra en la lucha contra el régimen franquista.

Es pretenciosa, de guión abrupto y escenas artificiosas. Desde que se le ocurrió a Lars Von Traer poner filtros en la cámara para transmitir dramatismo al espectador, cualquier director de provincias español abusa de ellos hasta en las escenas más relajadas.

No solo es mala en lo formal (manierismo, primeros planos sin fuerza, saltos abruptos entre las escenas), sino que el guión es una puñetera mierda. Lo más importante (la vida de Salvador) se desarrolla a la velocidad de un videoclip, y la secuencia de la ejecución dura media hora larga. Se pretende de esta manera transmitir angustia al espectador y lo que realmente consigue es pesadez. En fin, este tío (ni siquiera me he molestado en ver el nombre del director) ha dirigido una desatinada ensalada de Munich, En el nombre del Padre y Pena de Muerte, los calcos son alarmantes y lo que es peor: impunes.

Hasta la moraleja es penosa, un accidente naif en medio de tanto artificio. El funcionario de prisiones que vigila a Salvador en la cárcel durante su internamiento, sufre una catarsis democrática y finaliza la película soltando exabruptos contra Franco y el régimen, de partirse el culo, es una metáfora de esa España que abría los ojos a la libertad, pero no se la cree ni dios.

Lo mejor: Daniel Brühl(Good Bye Lenin, le pasó factura para bien, ahora toca para mal por dejarse convencer para una película tan mala), impresiona oírle hablar catalán y español, su fonética es mejor que la de mucha gente autóctona que conozco.

Lo peor, a parte de lo dicho: la historia de siempre, la colección de clichés revisionistas que van apareciendo uno a uno a lo largo de la película.

Se podría haber aprovechado el tema para enseñar un poco al borrego espectador español y al catalán lo que fue el anarquismo, las bombas no eran para Franco ni sus jerifantes, las bombas eran para otros….

Hay una escena muy breve, pero muy acertada: Franco está a punto de cascarla y los compañeros anarquistas de Salvador están sentados en las escaleras de la cárcel Modelo mientras contemplan como entran en el módulo un grupo nutrido de manifestantes, socialistas en pañales, los que ahora posan su culo burgués en los escaños del parlamento Catalán y español.

Uno de los anarquistas mira al grupo con desprecio y comenta a sus compañeros:

-          Algún día trabajaremos para esta gente.

Son los únicos cinco segundos ( de hora y media ) en los que realmente hay algo de fundamento, cinco putos segundos, menos es nada. ¿no?, en fin, voy a dormir.

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