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Sentimientos encontrados, tolerancia antirreligiosa  

Nunca me gustaron las procesiones. Yo era uno de aquellos chavales a quienes la semana santa sorprendía en plena calle invocando su falta de fe. Me dedicaba a pasear entre los fieles con un gesto de fastidio en la comisura de los labios, bravucón y ateo, para disgusto de las beatas que se arracimaban por las aceras. Orgulloso de mi cobarde gesta, acorazado por la distancia y el descaro de la adolescencia, había llegado a imprecar con un silbido a las muchachitas de sacristía que allí, a lo lejos, enjugaban afectadas sus lagrimitas frente al repicar de los tambores y las cornetas.
 Yo fui uno de aquellos chavales que hubiera preferido itinerarios menos frecuentados para el discurrir de las procesiones, su curso entorpecía mis rondas nocturnas, obligándome a tomar caminos alternativos que demorarían el encuentro con otro tipo de muchachitas, más descaradas que las otras, y que habitaban en las entrañas del desencanto.
Pero de aquí a unos años me viene afectando un síndrome de silencioso respeto con este tipo de manifestaciones. Sin abandonar mi vocación atea me veo sorprendido por la semana santa, que emerge como un prurito llevadero que ni pica ni mortifica, y le encuentro cierto atractivo patrimonial a esta tradición tan arraigada.
Ayer la noche me sorprendió a los pies de Platerías, frente a la fachada iluminada de la Iglesia de la Vera Cruz, la estampa de por sí era tan hermosa que me detuve a contemplar como los cofrades devolvían al interior del templo la talla del descendimiento, una obra de arte impresionante que yo, personalmente, no sacaría jamás a pasear.
Me afligió un poco la comparsa amorfinada de los fieles – en mitad de la maniobra pasó una virgen, y todos le cantaron una salve con esa sobriedad tan característica de mi tierra, afortunadamente lejana de los arrebatos místicos y populistas que  magnifican otras– pero también me abordó una sensación de respeto y orgullo por el patrimonio que compartimos con quienes nos visitan por estas fechas.
En definitiva, aunque no participe de ella, estoy de acuerdo con que la tradición que identifica a mi tierra se perpetúe para disgusto de musulmanes y demás anticristianos. Yo también tengo una identidad y estoy orgulloso de ella, cuando me paseo por tierra reconquistada estoy deseando volver a mi Castilla, porque aquella es mi casa y en aquella quiero estar.

2 comentarios

LOCO69 -

No me carguen contra las procesiones, señores.
El que les habla hizo la niñez en la cofradía de los toreros.

Rictus, lo suyo es que pinche usté una saeta en el bloguis.

VEN0M -

Por mi parte sigo pensando que las procesiones podrían situarlas en lugares donde no molesten el paso a la gente, sobre todo a los que no creemos. Además, me parece una auténtica salvajada que saquen obras de arte a pasear tranquilamente por la calle (luego vas a un museo y no te dejan ver bien un cuadro porque le cubre un cristal)
Por lo demás, de acuerdo con usted Rictus, es más, si algún musulmán o simpatizante le sienta mal vivir en un país con este tipo de tradiciones, le invito cortesmente, sin utilizar esa violencia terrorista que comparte el Corán, a que se vaya de aquí.
Recuerdo en La Pilarica de Zaragozaa cómo anunciaban las misas mediante unos altavoces colocados en la fachada,cosa que también me parece bien. Un saludo a las tierras aragonesas.