A Valladolid, durante esta época del año, le sale un prurito intelectual llamado Seminci que viene a durar lo que tarda una pomada en aliviar el escozor, esto significa que en apenas unos días la piel de la ciudad regresará a su estado habitual, pálido, agrietado, que los hoteles del centro se colapsarán de artisteo independiente y que llevará un poco más paciencia eso de alcanzar la barra para tomarse una tapa por las tabernas cercanas a las salas oficiales.
Por lo demás nada nuevo bajo el sol, las películas que en nada serán un bombazo dentro del gusto minoritario se están estrenando estos días en las secciones oficiales de la Seminci. Antes me llenaba de orgullo el hecho de que mi ciudad contara con un festival de cine tan lejano de los fastos de alfombras rojas y fundas dentales, en más de una ocasión he sufrido una hora de cola para tragarme un tostonazo paquistaní o un bodrio británico con traducción simultánea, pero ahora, afortunadamente ya lejos de esa vida social que te obligaba inevitablemente a tomar contacto con el cine minoritario, veo al festival como un delicado contubernio de gafapastismo y pose existencial que me saca de quicio por su falta de humildad.
Esta mañana. pasé por la puerta del Calderón, estaba vestido con las galas de todos los años, sobrias, como de entierro, la manada que hacía bulto bajo sus soportales era también idéntica a la de siempre, americanas de pana, barbas descuidadas, señoritas muy bien aseadas y galanes perfumados. En apenas cinco segundos he visto tres apretones de manos, cuatro miradas de reojo, cinco palmadas en la espalda y siete instantáneas de portada Vogue. Yo iba metido en mi burbuja azul metalizada con la calefacción del habitáculo orientada a los pies y escuchando Berlin de Lou Reed, tan feliz de no estar dentro del rebaño, tan a gusto ante la perspectiva del plato de comida que me esperaba en mi casa, que casi atropello a un fotógrafo despistado que saliendo de la nada ha irrumpido en la calzada. Por su aspecto y desenvoltura debía estar sometido a los efectos de una resaca monumental, no he querido tocarle el claxon, Berlín estaba a punto de llegar a mi momento favorito, así que me he limitado a llevarme el dedo índice a la sien para hacerlo girar. El individuo me ha sonreído ahí fuera, a través de la luneta, y a continuación ha empuñado su reflex y me ha lanzado una foto, acto seguido me ha levantado su dedo pulgar y se ha despedido de mí.
Por lo demás nada nuevo bajo el sol, las películas que en nada serán un bombazo dentro del gusto minoritario se están estrenando estos días en las secciones oficiales de la Seminci. Antes me llenaba de orgullo el hecho de que mi ciudad contara con un festival de cine tan lejano de los fastos de alfombras rojas y fundas dentales, en más de una ocasión he sufrido una hora de cola para tragarme un tostonazo paquistaní o un bodrio británico con traducción simultánea, pero ahora, afortunadamente ya lejos de esa vida social que te obligaba inevitablemente a tomar contacto con el cine minoritario, veo al festival como un delicado contubernio de gafapastismo y pose existencial que me saca de quicio por su falta de humildad.
Esta mañana. pasé por la puerta del Calderón, estaba vestido con las galas de todos los años, sobrias, como de entierro, la manada que hacía bulto bajo sus soportales era también idéntica a la de siempre, americanas de pana, barbas descuidadas, señoritas muy bien aseadas y galanes perfumados. En apenas cinco segundos he visto tres apretones de manos, cuatro miradas de reojo, cinco palmadas en la espalda y siete instantáneas de portada Vogue. Yo iba metido en mi burbuja azul metalizada con la calefacción del habitáculo orientada a los pies y escuchando Berlin de Lou Reed, tan feliz de no estar dentro del rebaño, tan a gusto ante la perspectiva del plato de comida que me esperaba en mi casa, que casi atropello a un fotógrafo despistado que saliendo de la nada ha irrumpido en la calzada. Por su aspecto y desenvoltura debía estar sometido a los efectos de una resaca monumental, no he querido tocarle el claxon, Berlín estaba a punto de llegar a mi momento favorito, así que me he limitado a llevarme el dedo índice a la sien para hacerlo girar. El individuo me ha sonreído ahí fuera, a través de la luneta, y a continuación ha empuñado su reflex y me ha lanzado una foto, acto seguido me ha levantado su dedo pulgar y se ha despedido de mí.
4 comentarios
rictus -
LOCO69 -
Cuidadín, fistro pecador
4impulse -
VEN0M -