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The Verve Better Sweet Symphony

Estaba sentado en la sala de espera, hojeando un ejemplar de la National Geographic con las tapas sobadas. Llevaba en la sala un interminable cuarto de hora, la enfermera, muy aplicada y amable, me había invitado antes a esperar allí el resultado de las pruebas, mientras tanto el doctor, serio y reflexivo, se había retirado a los pisos superiores de la clínica con un montón de papeles entre las manos. Por los pasillos se adivinaba el traqueteo apurado del personal sanitario, olía a desinfectante, y a muerte, a veces pasaba algún paciente con el abrigo debajo del brazo, una bata blanca silbando o un chiquillo de la mano de su madreExaminé por enésima vez la decoración de la sala, en dos segundos había memorizado la estratégica ubicación del Ficus y el fetiche malísimo de Klint que presidía la pared derecha, consulté por instinto la hora y me entraron ganas de fumar un cigarrillo, me imaginé entonces la posibilidad de hacerlo y me regocijé con las consecuencias de un acto tan irreverente, me sonreí al imaginarme la reprimenda que me suministraría la enfermera, incluso cabría la posibilidad de que fuera expulsado al instante de allí, antes de que el cigarrillo mal apagado sobre el Ficus se consumiera.

Entretenido en estas bagatelas estaba cuando al cabo de otros diez minutos me pareció ver al doctor a través de la puerta, tenía el ceño fruncido y aireaba mis papeles con gesto de preocupación, junto a él estaba la enfermera, que asentía cabizbaja, y un auxiliar enjuto que se masajeaba la coronilla mientras examinaba con mucho interés mis resultados. Entonces advertí que algo iba mal allí fuera y por primera vez en mi vida pensé en la posibilidad real de la muerte, estaba aterrado, una mano helada me acariciaba la espalda, algo me atenazaba la garganta, un pedazo de lija, o de plomo, en medio de la confusión empecé a barruntar el tiempo de vida que me quedaba y entonces maldije mi suerte y contuve la respiración, después me froté enérgicamente los párpados, como queriendo despertar de la pesadilla que acababa de empezar, miles de estrellitas aparecieron en la oscuridad hasta que abrí de nuevo los ojos y volví a mirar el pasillo, ahora el grupo que blandía mis papeles era más numeroso, a la piña de batas blancas se había unido una pareja de doctores que por su aspecto debían ser peces gordos, gesticulaban y ejecutaban órdenes a sus subordinados, gente yendo y viniendo, caras largas,  la sospecha de que algo realmente terrible iba a sucederme se convirtió en certidumbre y entonces, movido por un desesperado impulso, lancé la revista sobre la mesa e intenté desprenderme del sudor pegado a las palmas de las manos frotándolas contra las rodillas del pantalón, me pareció advertir que la enfermera me lanzaba una mirada desde el pasillo, una mirada de conmiseración, su sonrisa de antes se había vaporizado y ahora meneaba su coleta resignada, mientras se encogía de hombros.El doctor parecía airado frente a su personal, sospeché que estaban repartiéndose entre ellos la responsabilidad de comunicarme la fatídica noticia. Un rumor eléctrico comenzó a ascender desde los tobillos a las rodillas, tenía mucha sed, una sed que no había sentido nunca con aquella intensidad, me apetecía beber un interminable vaso de agua fresca, que el agua se derramara por la garganta y me devolviera la vida que ya estaba dispuesta a consumirse,  me pregunté cuantos vasos de agua me quedarían por beber hasta el día de mi muerte y cuantos cigarrillos por fumar y cuantos polvos por echar, y mil conjeturas más hasta que pasados otros cinco minutos el grupo del pasillo se dispersó y el doctor entró en la sala. Yo estaba clavado en el sofá, con los codos sobre las rodillas, ni siquiera pude ponerme de pie, lo miré expectante, esperando por fin que me comunicara la noticia. 

-Bueno – exclamó – disculpe el retraso, le comunico que tiene usted un corazón de hierro pero ha habido un problema con la máquina y tendremos que repetir la prueba. ¿ Le importaría volver mañana para hacerle una nueva ?. 

El aliento que hasta aquel preciso momento se había quedado atrapado en mi garganta salió despedido, una bocanada de lija, o de plomo, que con su estampida me destapó los oídos, advertí al instante la presencia del hilo musical en la sala de espera, oculta hasta entonces en medio de la confusión y el desasosiego, reconocí la melodía, me era muy familiar, me puse a silbarla con toda la fuerza que mi corazón de hierro pudo permitirme y le di los buenos días al doctor.

 

4 comentarios

VENOM -

Mi querido rictus, ya percibo lo delicado de su corazón, no le gustó demasiado mi comentario, quizás, y me ha respondido fallando a ese silencio que tanto le caracteriza, sobre todo después de mis comentarios?
No veo por ninguna parte a Cervantes, que quiere que le diga

rictus -

Señor venom, no se precipite, mantenga la cautela y la observación que le viene caracterizando, de momento acaba usted de destapar su leismo cervantino, no se relaje y disfrute de su corazón.

VENOM -

Nunca pensé, señor rictus, que alguna vez hubiera padecido problemas en su corazón. La verdad es que, con esos comentarios a los que nos tiene habituado, me le imaginé mucho más joven. Tenga mi más sentido pésame antes de que le ocurra algo

LOCO69 -

Estuve una semana seguida escuchando los Himnos Urbanos, brother. Vivía en un vetusto piso de estudiantes donde jamás habitaba el confort.
Una buen día recibí visita de dos viejos amigos. Uno de ellos tuvo que elegir entre dormir conmigo o encerrarse en una habitación en la que ya se extendía por techo y paredes densa vegetación verde, moho.
Aquella habitación era agridulce.Olía a novísimos Himnos Urbanos.

Me acuerdo.
El tipo sobrevivió.
Y yo seguí despertando cada mañana con el mismo tema.