Bryan Ferry Don´t Stop The dance
Doña Barbitúricos se consolaba pensando que algún día un príncipe azul vendría a rescatarla del tedio, mientras tanto pasaba la vida y algunos la acechaban por las esquinas, esperando que los salpicara algún resquicio de su perversidad sexual – esa que a golpe de boca a boca había tomado cuerpo en los mentideros del Instituto - .
Doña Barbitúricos tenía una imponente mata de pelo y una boquita de piñón que silbaba distraída, - una boquita desvalida por la falta de brillantez – decían algunos.
Mientras silbaba doña barbitúricos, muy segura de gustar, nos dejaba asomarnos a su escote, porque doña Barbitúricos tenía un generoso escote pero muchos complejos, y además hacía preguntas tontas que detonaban las carcajadas de la pandilla. Al final optaba por quedarse en silencio, rumiando sus meteduras de pata, a esas horas en que los camareros barrían con premura el piso del café y las niñas se reían por nada.
Pero Doña Barbitúricos no se dejaba intimidar por sus complejos, quería ser artista, y empezó con el piano por imposición paterna. El piano terminó por servirle de apoyo a un acuario lleno de peces multicolor, porque doña Barbitúricos se había cansado de tocarlo a los dos años, ahora quería ser veterinaria, cumplir con labores sociales, y le gustaban los peces, adoraba los elefantes y las mariposas.
Doña Barbitúricos tenía manitas de porcelana y fumaba porros muy afectada, tal y como había visto hacerlo en las películas. También tenía sus particularidades, de pequeña le habían regalado una muñeca y en un acceso de rebeldía le había cortado el pelo de estropajo y la había lanzado sobre un armario. Su padre, alarmado por tan extraño comportamiento, la llevó en volandas a un loquero. Desde aquel día doña Barbitúricos se sorbía los mocos cada jueves en unas sesiones de relajación muy gratificantes, y muy caras también, de la mano de un psicólogo que terminó abordándola en su consulta cuando ya le habían despuntado los pechos.
Como terapia de choque su padre - ilustre profesor local- le leía la Biblia por las tardes al calor de una botella de Ginebra. Su madre los había abandonado a todos el día de su primera comunión y no había dado señales de vida en siete años. No me extraña.
Quizás por aquello Doña Barbitúricos le abría sus piernas de cristal a los personajes más lerdos de la noche, los mismos que luego se iban dando baños de vanidad por los mostradores, contando que la muchachita era un volcán en la cama y que follaba como si le fuera la vida en ello para luego dejarla arrojada por cualquier esquina y desaparecer.
Lo peor era que luego tocaba soportar sus llantinas y sus ataques de pánico durante aquellos domingos de resaca, cuando pasada la tormenta erótico- festiva del sábado doña Barbitúricos echaba en falta sus bragas y reunía a toda la pandilla para desahogar su culpa, - la desinhibición ya había sido desahogada la noche anterior -.
Pero bueno, doña barbitúricos salía airosa de cualquier penalidad, era una muchachita moderna y allá donde soplara el viento ella estaba la primera.
Una vez pintó un cuadro que sólo le gustó a ella, lo rompió en otro acceso de rebeldía. Entonces decidió ser escultora y de aquella faceta extrajo la fabricación de jabones artesanales. Como doña Barbitúricos siempre andaba apurada de dinero decidió montar un tenderete en una calle céntrica para venderlos, y no le fue del todo mal, alguna que otra señora se llevó aquella tarde una pastilla de Romero a su casa para retrasar la menopausia.
“ Frótesela alrededor del pubis dos veces por semana, si le aplica una mezcla de Almíbar tiene efectos afrodisiacos, su marido estará satisfecho” – y doña Barbitúricos se retiró a su casa aquel día muy feliz, contando las pesetas que le habían dado sus jabones.
A los cuatro días le llegó una denuncia del Ayuntamiento, a doña Barbitúricos se le había pasado pedir a las autoridades una licencia de venta ambulante, era muy despistada, todo le salía mal.
Pero ahora doña Barbitúricos se pasea por las calles con un mochuelo que la dobla en edad. Hace dos meses visitó Kenia y vivió una experiencia estilo Cielo Protector, sigue siendo artista.
Una vez estábamos en su casa y sonó una canción.
- Coño – exclamé- , Bryan Ferry. Me gusta mucho.
- Pssss – musitó doña Barbitúricos –mi padre me lo pone después de leerme la Biblia.
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Venom -