Bjork Hyperballad
Hyperballad sonaba en un sumidero de bohemios, un local minúsculo y frío que era un fino revuelto de estudiantes universitarios, curritos veinteañeros y meta volante para camellos del menudeo.
Era un sitio incómodo, se le escapaba el serrín por las enaguas del mostrador y para colmo estaba regentado por una pandilla de bobos que servían garrafa al personal con gesto de innecesaria preocupación.
También había niñas, de esas que irrumpían en la escena de humo y melenas abriendo la puerta. La niebla se colaba en el local, alguien miraba hacia la puerta con cara de matar, las niñas entraban, miraban y salían, niñas pijas que en la incertidumbre del viernes arrastraban a todo su grupo de amigas por bares y discotecas en busca del encontronazo fortuito con su príncipe azul.
Los que frecuentaban el sumidero en donde sonaba Hyperballad - siempre a la misma hora, con los graves distorsionados - no eran príncipes azules, más bien eran bobos de remate.
Yo, por ir allí, también lo era, pero en menor grado, un bobo segundón, pues aún no me había dado por teñirme el pelo ni calzarme unas deportivas de 100 euros.
En todo caso allí estaba cuando sonaba Hyperballad con mi amigo M, que por aquel entonces le había sacado el punto erótico a Bjork y me atosigaba con sus poluciones nocturnas mientras sonaba la canción.
Después nos marchábamos, penetrando en la niebla azul del viernes y canturreábamos el estribillo por las esquinas, poniendo la voz en falsete.
Menudo par de bobos.
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V109 -