RAYUELA
A Cortázar llegue pronto y mal, antes de la aventura filológica. Por aquel entonces yo era un pésimo estudiante de derecho y apenas pisaba el aula Mergelina.
El primer día de clase, mientras caminaba en dirección a la Facultad, sucedió un incidente al que debería haber prestado más atención: un pájaro se cagó en mi cazadora de ante.
Era una cazadora muy apreciada por mí, como de intelectual de quiero y no puedo.
Con aquella prenda pretendía construirme una identidad de tipo interesante y hermético, pero debajo de ella se escondía un politoxicómano de provincias que despertaba ante el mundo escuchando música industrial.
Aciago resultó el incidente del pájaro, aunque no menos grave que entrar en el aula y encontrarla llena de auténticos retrasados mentales.
Los tipos que por allí pululaban eran pijos de manual, auténticos soplapollas, niñatos soberbios con el pelo embadurnado de gomina y los pantalones cortados a la altura de los tobillos. Ellas eran monas, la verdad, pero se reían constantemente por nada y aquello resultaba irritante para el tipo hermético que yo deseaba ser.
Me senté en la última fila, como siempre había hecho en las aulas, y allí mismo empezó un chaparrón que duró cierto tiempo, al cabo de un mes descubrí que de un aula de doscientos no había hablado con nadie.
La primera hora de la mañana era un calvario. Derecho era, y sigue siendo, la carrera de los indecisos y los pragmáticos, pero aquel año las previsiones de matriculación se habían desbordado y el Decanato no supo anticiparse al problema de la masificación.
Los alumnos de primero quedaron abandonados a su suerte: ciento veinte puestos para unos doscientos y pico tíos.
Si uno llegaba al filo de las nueve encontraba todos los asientos reservados con folios. El gremio de los pijos ya había urdido grupos compactos que se turnaban para reservar sitio a sus compañeros. Uno de ellos se pegaba el madrugón y se colaba en el aula media hora antes de las clases, repartía folios con los nombres de sus amigos por los puestos y se iba a desayunar. Quien llegaba después se tenía que joder y sentar en el suelo a tomar apuntes.
Era una tremenda injusticia, nadie se quejó, aquello era el sálvese quien pueda y todo el rebaño acató el protocolo. Como yo no formaba parte de aquellos grupos solamente me quedaban dos opciones: o bien madrugaba por mi cuenta todos los días, o bien me quedaba sin sitio.
Naturalmente opté por la segunda.
Recuerdo a un chaval de un pueblo cercano enfrascado en una pelea con uno de los pijos. Si yo pago matrícula como tú, tengo derecho a sentarme en un sitio – decía,- me parece bien que la gente madrugue, pero que un tío pille sitio para veinte, eso ya es abusar.
Yo miraba la escena un tanto resignado, dentro de mi chupa de ante, dándole la razón al indignado y deseando que el techo se desplomara sobre el pijo de turno que ya se estaba mofando de su adversario jaleado por su camarilla de clones. Hubiera sido fácil meterse en jaleos con aquella gente, pero yo debía mantenerme fiel a mi hermetismo y jamás tomé partido ante los abusos, por aquel entonces era bastante gilipollas y bastante respetuoso con las injusticias.
La solución: ninguna. Las arcas de la Universidad engordaron y para evitar que el problema de la masificación se trasladara a segundo se tomó una medida drástica: endurecer el nivel de los exámenes. La criba estaba servida.
Dadas estas circunstancias fue natural que después del primer mes decidiera ausentarme de las clases.
De manera que salía de casa cada mañana y en lugar de dirigirme a la facultad entraba en la Biblioteca Pública. Realmente no hacía nada, bueno, hacía de todo, menos construirme un futuro.
Pasaba unas cuatro horas allí metido, leyendo revistas en la Hemeroteca o viendo alguna película en la sala Multimedia. De vez en cuando agarraba un libro y si me enganchaban las primeras páginas lo sacaba en préstamo para disimular mis tardes de estudio en casa.
En mitad de aquella rutina me encontré con Julio Cortázar por primera vez.
El primer libro de Rayuela que tuve entre mis manos era realmente cochambroso. Tenía la cubierta resobada, tanto que el estampado del lomo se había vaporizado bajo los cientos de parches de celofán que intentaban evitar el desprendimiento de las tapas.
Al hojearlo el aire se impregnaba de un tufo húmedo, como de acetona. Si se le forzaba, las hojas terminaban por desencolarse en una suerte de suicidio ceniciento.
En efecto, aquel volumen era el supremo martirio para los lectores escrupulosos de la Biblioteca local. Otros tantos ejemplares, vapuleados por mil manos, aguardaban también su préstamo en los estantes de San Nicolás, pero ninguno superaba la calidad ruinosa de Rayuela.
Lo primero que me llamó la atención fue el tablero de dirección impreso en la contraportada, a su manera este libro es muchos libros, citaba el comienzo, y más abajo un guión numérico con la correlación natural de los capítulos. Fue inevitable pensar en aquellos libros de TIMUN MAS que había leído durante la infancia en los que podías elegir tu propia aventura.
De manera que el autor pretendía establecer una complicidad directa con el lector. Una vez escrito dejaba abierta la posibilidad de cientos de lecturas particulares, a su manera este libro es muchos libros….MENUDO CABRÓN, pero decidí no andarme con rodeos y abordar la lectura de seguido, sin esos saltos que proponía Cortázar en su tablero de dirección. Tengo que reconocer que la primera vez me costó leerlo, incluso lo dejé por imposible. Por aquella época me entusiasmaba mucho más Salinger o Kerouac. Un politoxicómano de provincias no tenía ninguna disposición para leer una novela tan hermética, con tantas citas y guiños para eruditos. Pasaron algunos años y volví a él, ya enfrascado en la Filología, y aún no se muy bien por qué, los piolines debieron ser, que ya patiné con Oliveira de por vida. Rayuela transformó mi vida, al menos durante aquel tiempo en el que creí que todo lo que se podía decir ya estaba dicho en aquel libro. condicionó mi conducta de por vida, aunque quizás mi conducta venía ya hilvanada y lo que sucedió fue que Rayuela terminó de rematarla. Un libro de dualidades, lado de acá, lado de allá, cielo e infierno, París y Buenos Aires, la Maga, Oliveira. Descubrí para mi asombro que yo también miraba los ríos en lugar de nadarlos, (Oliveira, al igual que yo, no hubiera imprecado a alguno de aquellos pijos que disponían folios blancos sobre los asientos corridos), que a mi alrededor había muchas magas capaces de existir sin preocupaciones, que mis preocupaciones pos-adolescentes no tenían ninguna importancia porque lo malo vendría después. Descubrí que fuera donde fuera siempre me sentiría un extraño. Rayuela, a pesar de su difícil lectura, es un libro juvenil. Hay que leerlo con veinte años porque es una lectura ideal para ociosos o desencajados. De vez en cuando vuelvo a abrirlo para leer un capítulo al azar, aunque siempre caigo en la costumbre y termino repasando los memorables: El 28, la muerte de Rocamadour, el 23, el concierto de Berthé Trépat, el 41, Oliveira y Traveler intentado alcanzarse mediante un tablón de madera…. Siempre que se me ha presentado la oportunidad lo he regalado, aún cuando sepa de antemano que no va a ser leído. Lo he recomendado, lo he defendido, lo he llevado a todas partes y nunca lo he olvidado. Para mí es, y lo seguirá siendo, un espejo macabro de lo que fui, soy y llegaré a ser.
16 comentarios
Mescalina -
Stucco -
Era otra época; en Génova salían a los balcones y el gasoil valía 80 pelas, todo iba bien y no se puede olvidar.
rictus -
El anarquista nos metió una vez en una conferencia de Proust que era un tostón, de partirse el culo. Había un tipo con el pelo grasiento que asentía constantemente y alumnos de francés con la mirada perdida en las piernas de una profesora voluptuosa, no hacía frío, la verdad, todo lo contrario.
El otro día me acordé de la amalgama fónica : cachispánicas....y casi rompo a llorar...
Stucco -
rictus -
VEN0M -
Tony Soprano -
Hablando del séptimo arte,mr venom, me permito recomendarle una peli:
"Los Crímenes de Oxford"- de Alex de la Iglesia.
La cinta en sí es una charlotada, habitual contribución al cine del culo de la bestia.
Pero no se pierdan a la Watling en pelotas.
Lo reconozco: con esas peras se puede actuar, cantar o tocar el violón.
Si al final me pueden, troncos.
Soy un sentimental.
Catulo el que no bote...
VEN0M -
La peli está basada en la vida de Bukowski: Factotum
Stucco -
Tony Soprano -
En verdad son plumas filosas las de la concurrencia, maese Venom.
Catulo...?
¡Por tutatis!
VEN0M -
rictus -
La Plaza Santa Cruz, una muchacha de carita dulce traduciendo a Catulo.....Aula Jorge Guillén....los cigarros de los cambios....el anarquista hablando de Huidobro.....joder, qué asco de vida...no somos ná
VEN0M -
Señor rictus, ahora ya se dedica a realizar cosas para su futuro, o ha optado por añorar el pasado?
Si hombre, Rayuela es un gran libro, pero no sean tan rimbombantes al escribir, que si, coño, que son todos ustedes unos leídos, que ya
Stucco -
Jimmy Lawyer -
Por razones de tiempo, sólo le haré uno: fíjense en la serendipia que constituye la circunstancia de que este fin de semana pasado estuve invitado en una boda que se celebró en lugarcito apartado de la provincia de Badajoz, llamado MONASTERIO DE ROCAMADOR; como lo oyen.
(Por cierto, volví a escribir en mi blog)
SalU2
Cris Montisanti -
mucho daño ha hecho el mamotreto de Cortázar al mundillo de las letras.
No ya por el bicho en sí, sino más bien por la mierda de literatura que se ha escrito y se escribe en su nombre.
Yo una vez se lo regalé a alguien. Y, contra pronóstico para satisfacción mía, lo utilizó para equilibrar un mueble.
El caballo de Santiago era blanco y en botella. Jeremías no entiende ná de ná de bacalaos.