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Morrison

Morrison

Por el camino del Lagarto I y II 


 Toda la noche lloviendo; amanece nublado en París. El cielo es gris a pesar de ser Agosto, a pesar del empeño parisino por disimular los lamparones de su inmaculada ciudad, un gris sucio, ceniciento, no el plateado que venden las guías turísticas y los discursos de los guías.

Así se muestra el poco cielo que apenas puede distinguirse desde una habitación cercana a la plaza de Estalingrado, en un sucio hotel regentado por inmigrantes argelinos que en el comedor tratan a los españoles con desprecio y a los alemanes con dedicación.

 Al menos el desayuno es generoso, no nos preocupa que nos lancen con desgana los cestos de bollería sobre la mesa, no nos preocupa que a veces, entre el jaleo que montamos los españoles en el comedor, se interpongan los silbidos del maitre pidiendo silencio.

N apura el café,  prepara la cámara, extiende el plano sobre la mesa. Antes de bajar a desayunar me ha dicho que tiene las plantas de los pies un poco mutiladas, no me extraña, son ya cuatro días recorriendo París. Es nuestra segunda visita, turismo de bolsillo pobre, doce horas de autobús y luego muchas rutas que cumplir. Pero esta vez saldaré la cuenta pendiente con Morrison.

Así que línea azul de metro y nos apeamos en Pere Lachaise. Son las nueve de la mañana, el sol todavía no se anima a salir. Entramos en el cementerio a pelo, sin planos. Al contrario de lo que ocurre con el de Montparnasse aquí no te recibe ningún guarda para ofrecerte uno, todo es más anárquico y laberíntico, todo es más sombrío, aunque el apacible sueño de los mortales es idéntico en ambos casos, la misma vegetación espesa discurre por el recinto.
De manera que atravesamos galerías numeradas. Hay turistas madrugadores que transitan por los pasillos con libros-guía en la mano, el eco del tráfico exterior desaparace a medida que penetramos en el interior del cementerio.
Por fin llegamos a la loma nº 6, al final de la pendiente, a mano izquierda, un grupo de italianos beben y se carcajean sentados junto a una lápida, a su lado vigila una guarda jurado con los brazos cruzados y cara de resignación, ya consultando su reloj, ya inspeccionando la llegada de nuevos visitantes, ya cuidando con su presencia que los cachorros italianos no desparramen su lisergia sobre la paz del cementerio con cualquier acto vandálico.
Nos aproximamos por fin al lugar. La lápida de Morrison es sucia, muy sencilla, con unas cuantas velas consumidas en sus vértices. No podemos acercarnos a ella porque está vallada, además, han borrado las pintadas que había visto en las postales de antaño y apenas hay buen ángulo para hacerse una foto. Aunque la foto es lo de menos, pronto llegan nuevos visitantes que se arraciman junto al vallado y guardan estrictos turnos para tomarse una instantánea con la lápida de fondo.
He llegado tarde a verlo - pienso- , a costa de los años he ido perdiendo por el camino la capacidad de emocionarme, pero estando allí caigo en la cuenta del poder de la música, ella ha sido la que me ha llevado hasta un inhóspito rincón de un cementerio, durante una mañana de Agosto, un día cualquiera de verano.
Pienso a la vez en todos los amigos con los que alguna vez compartí las canciones de Morrison, en esas conversaciones trasnochadas en las que nos jurábamos futuros peregrinajes a su tumba, sobre todo pienso en todos ellos, y me gustaría que estuvieran aquí conmigo, ahora, nada me haría más feliz.
Estando allí uno se da cuenta de la inmortalidad de la música, de la inmortalidad de Morrison, de que no podría haber muerto en un sitio mejor, pero sobre todo uno cae en la cuenta de que todo, absolutamente todo en esta vida, pasa demasiado rápido.

2 comentarios

linoleo -

Un texto muy bello. Yo también pensé en todos los amigos con los que disfruté oyendo a Morrison.

Un abrazo.

loco69 -

Coge mi mano, nena, soy el puto jimmorrison. No, en serio. El cielo
está sembrado de azoteas y los cielos trafican con aviones. Esto me confunde. Me
reconforta. Eran discos buenos. Aquellos. Siempre el recuerdo. Mordiéndote las
pelotas.Ahí lo tienes. En las tardes anodinas cuando todo cambia y el espejo se
hace blanco y líquido como tu propio semen. El dichoso jimmorrison teclea
delante de las nubes pordioseras. Grises. Plomo engalanado de etiqueta. No,
capullo. Se deshacen. Como malditos ángeles detrás del telón mercúreo de la
tarde. Se permite. Aquí se permite todo. Menos los cobardes sobrios. Este es mi
reino. Y soy el puto jimmorrison.¿SORTEARÁ ESTE TEXTO EL ANTIMISILES
SPAM O SÓLO QUEDARÁN PUTAS DISEMINADAS POR LA EME TREINTA?